Kamen.— ¿Qué alianza? ¿Qué civilizaciones?
Henry Kamen: ¿Qué alianza? ¿Qué civilizaciones?
El Mundo, 10/12/04.
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha propuesto en la Asamblea General de la ONU, la creación de una alianza de civilizaciones entre occidente y el mundo árabe y musulmán para combatir el terrorismo internacional por otra vía que no sea la militar.
«Tiene como objetivo fundamental», dijo, «profundizar en la relación política, cultural, educativa, entre lo que representa el llamado mundo occidental y el ámbito de países árabes y musulmanes».
La idea parece excelente. Quizá Zapatero se haya inspirado en el libro del erudito norteamericano Samuel P. Huntington, que habló de un choque de civilizaciones entre el mundo islámico y el occidental. ¿Qué mejor manera para evitar un choque que proponer una «alianza» entre dos combatientes? De esa forma, conseguimos acuerdo y comprensión y los problemas del mundo están resueltos.
La inspiración de Zapatero hunde sus raíces en la interesante herencia cultural de España, a medio camino entre la Europa cristiana y el Africa musulmana.
El presidente ha optado por identificarse con los árabes como lo hizo antes el Gobierno de Franco. Eso me recuerda a cuando Fraga Iribarne, siendo entonces ministro de Información de Franco, visitó Egipto, expresó con entusiasmo su admiración por «la similitud entre la revolución de Egipto y la de España» basándose en que los dos países tenían la misma cultura y el mismo fondo político.
La idea de que España tiene una relación especial con los árabes era fundamental para la política exterior de Franco y también parece serlo para Zapatero, como se deduce de sus frecuentes visitas a Marruecos.
Los consejeros de Franco (y sin duda también los de Zapatero) eran conscientes del punto de vista representado por Joaquín Costa de que España y los árabes eran «dos habitaciones de la misma casa». Por supuesto, no todos los españoles han sido de la misma opinión.
En una ocasión, Unamuno declaraba: «Sobre los árabes, tengo una profunda aversión por ellos, apenas creo en la llamada civilización árabe y considero que su paso por España ha sido uno de las más grandes infortunios que hemos sufrido».
Veo tres pequeños problemas con la propuesta «alianza de civilizaciones», y limitaré mi atención sólo a ellos. El primero es: ¿con quién y con qué se constituye la alianza?
Se supone que la intención no es exportar los decadentes conceptos culturales occidentales, como democracia, derechos de la mujer, libertad de expresión, libertad religiosa y tolerancia sexual. Si Zapatero no tiene intención de profundizar en estos conceptos, ¿entonces intentará profundizar en conceptos como la dictadura, el control de la prensa y la negación de la libertad sexual?
Para que el contacto de culturas tenga algún sentido hay que compartir una serie de conceptos en común. ¿Como demonios puede existir una alianza si no es posible alcanzar un acuerdo en materias sencillas como, por ejemplo, la libertad de prisioneros políticos o la abolición de la pena de muerte para las esposas infieles?
Naturalmente, Zapatero puede contestar que cuando dice profundizar, quiere decir no interferir, algo así como alcanzar una situación de mutua tolerancia. Si es así, entonces todo el concepto de una «alianza» se convierte en una farsa, porque el verbo profundizar significará realmente no profundizar.
Y el problema se complica cuando nos damos cuenta de que los países islámicos no tienen mucho más en común que unos cuantos principios religiosos básicos.Zapatero parece querer un acuerdo con la Liga Arabe y ha recibido todo el apoyo del secretario de la Liga. Pero la Liga no representa ningún consenso de civilizaciones, y es poco más que una entidad política artificial que dice hablar en nombre de los diferentes regímenes que la constituyen.
Es interesante que el único país musulmán que hasta ahora se declara partidario de la idea de Zapatero es Mongolia, que busca desesperadamente la atención de los países occidentales.
El segundo pequeño problema es que una alianza necesita financiación.Es posible que el anterior Gobierno le haya dejado a Zapatero las arcas del tesoro público repletas.
Pero si ha de encabezar una alianza necesita financiarla, no puede reclamar que George W. Bush lo haga por él. La dificultad de las alianzas es que debe haber alguien que dé y alguien que reciba; de otro modo, todo el ejercicio acabará como una metafísica sin sentido. La permanente sonrisa angelical de Zapatero no hará caer centavos metafísicos del cielo. Veamos cómo funcionan realmente las alianzas.
La Liga Arabe existe en gran medida porque los dólares americanos que reciben sus miembros le permiten sobrevivir. En 2003, del presupuesto de ayuda exterior estadounidense de alrededor de 14.000 millones de dólares, Egipto (el componente clave de la Liga) fue el segundo mayor beneficiario con 1.300 millones de dólares para ayuda militar y con 615 millones de dólares para programas sociales. Jordania, el otro gran beneficiario árabe, obtuvo 250 millones de apoyo económico y 198 dólares para la financiación militar.
Estas cifras no son metafísicas: dan fe de cómo funciona una alianza y explican claramente las decisiones que los gobiernos de estos dos países musulmanes adoptan en cuanto a política exterior. Egipto y Jordania permanecen como dos estados soberanos independientes, pero la ayuda extranjera que reciben es un determinante básico de su conducta en las relaciones internacionales.¿Qué propone Zapatero?
¿Darles más dinero del que Estados Unidos les da? ¿O no darles dinero en absoluto? Ninguna de esas alternativas es posible. En resumen, no puede haber alianza de civilizaciones porque sin los dólares de Estados Unidos no funcionará.
Y no pensemos que Estados Unidos es tan estúpido como nuestro Gobierno sugiere repetidamente. A cambio de su dinero, los estadounidenses han intentado durante décadas reformar la cultura de los estados árabes. Egipto, que tanto impresionó a Fraga Iribarne y es la inspiración de Zapatero, es un caso que se debería tener en cuenta.Desde el año 1975, Egipto ha recibido más de 50.000 millones de dólares de ayuda de Estados Unidos, que a cambio ha intentado suscitar reformas sociales. ¿Ha sido de algún provecho?
Un antiguo embajador estadounidense a Egipto, Edward Walter, ha confesado con franqueza que «la ayuda ofrece una salida fácil a Egipto para eludir la reforma. Utilizan el dinero para apoyar los programas anticuados y resistirse a las reformas». Sin embargo, los norteamericanos saben que sin la ayuda no podrían ejercer presión alguna sobre los egipcios.
Entonces, ¿cuál es la respuesta? ¿Traerán las expresiones de amor metafísico, en una alianza basada no en dólares sino en la admiración mutua, un cambio en la estructura social del mundo musulmán y eliminarán el terrorismo de raíz?
Eso me lleva a mi tercer y último punto. En cada declaración emitida por Al Qaeda y sus asociados, siempre se identifica como el gran enemigo el Estado de Israel y no Estados Unidos. Una gran parte de la opinión árabe ha insistido repetidamente que la existencia de Israel es la base del problema y ha sugerido que el terrorismo se desvanecería si Israel se desvaneciera.
Este es un argumento de peso en España, donde el antisemitismo siempre ha sido un componente fundamental tanto para los políticos de derecha como para los de izquierda.
El régimen de Franco contribuyó enormemente a la persistencia de las ideas antisemitas, sobre todo por negarse a reconocer al Estado de Israel. La supervivencia del antisemitismo en España se puede encontrar por ejemplo en los escritos de un antiguo ideólogo francés estalinista, que ahora es musulmán y que dirige en Córdoba un Centro para el Diálogo entre Civilizaciones.
Se llama Roger Garaudy y tiene 90 años. Niega que jamás haya existido un holocausto en el cual la Alemania nazi haya eliminado a millones de judíos, defiende destruir América, y cree en «la necesidad del diálogo entre civilizaciones, contra la ideología del Pentágono que favorece el choque de civilizaciones».
¿Es posible que Zapatero de algún modo haya tomado prestada de Garaudy la frase de «diálogo entre civilizaciones» y la haya convertido en una «alianza»? Esta no es una pregunta frívola. Es sorprendente que la propuesta «alianza de civilizaciones» se limite exclusivamente a una alianza entre las naciones hispánicas y los musulmanes.
¿No son los judíos parte de la cultura mediterránea? ¿No se hallan profundamente afectados por la evolución del mundo árabe? ¿No tiene Israel una amplia población musulmana? ¿Por qué entonces se excluye deliberadamente a Israel de las propuestas para un diálogo entre culturas?
En resumen, la propuesta de una alianza carece de todos los elementos principales de una iniciativa política realista. Aparte de Mongolia y La Moncloa, pocos van a tomarla en serio.
El Mundo, 10/12/04.
El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, ha propuesto en la Asamblea General de la ONU, la creación de una alianza de civilizaciones entre occidente y el mundo árabe y musulmán para combatir el terrorismo internacional por otra vía que no sea la militar.
«Tiene como objetivo fundamental», dijo, «profundizar en la relación política, cultural, educativa, entre lo que representa el llamado mundo occidental y el ámbito de países árabes y musulmanes».
La idea parece excelente. Quizá Zapatero se haya inspirado en el libro del erudito norteamericano Samuel P. Huntington, que habló de un choque de civilizaciones entre el mundo islámico y el occidental. ¿Qué mejor manera para evitar un choque que proponer una «alianza» entre dos combatientes? De esa forma, conseguimos acuerdo y comprensión y los problemas del mundo están resueltos.
La inspiración de Zapatero hunde sus raíces en la interesante herencia cultural de España, a medio camino entre la Europa cristiana y el Africa musulmana.
El presidente ha optado por identificarse con los árabes como lo hizo antes el Gobierno de Franco. Eso me recuerda a cuando Fraga Iribarne, siendo entonces ministro de Información de Franco, visitó Egipto, expresó con entusiasmo su admiración por «la similitud entre la revolución de Egipto y la de España» basándose en que los dos países tenían la misma cultura y el mismo fondo político.
La idea de que España tiene una relación especial con los árabes era fundamental para la política exterior de Franco y también parece serlo para Zapatero, como se deduce de sus frecuentes visitas a Marruecos.
Los consejeros de Franco (y sin duda también los de Zapatero) eran conscientes del punto de vista representado por Joaquín Costa de que España y los árabes eran «dos habitaciones de la misma casa». Por supuesto, no todos los españoles han sido de la misma opinión.
En una ocasión, Unamuno declaraba: «Sobre los árabes, tengo una profunda aversión por ellos, apenas creo en la llamada civilización árabe y considero que su paso por España ha sido uno de las más grandes infortunios que hemos sufrido».
Veo tres pequeños problemas con la propuesta «alianza de civilizaciones», y limitaré mi atención sólo a ellos. El primero es: ¿con quién y con qué se constituye la alianza?
Se supone que la intención no es exportar los decadentes conceptos culturales occidentales, como democracia, derechos de la mujer, libertad de expresión, libertad religiosa y tolerancia sexual. Si Zapatero no tiene intención de profundizar en estos conceptos, ¿entonces intentará profundizar en conceptos como la dictadura, el control de la prensa y la negación de la libertad sexual?
Para que el contacto de culturas tenga algún sentido hay que compartir una serie de conceptos en común. ¿Como demonios puede existir una alianza si no es posible alcanzar un acuerdo en materias sencillas como, por ejemplo, la libertad de prisioneros políticos o la abolición de la pena de muerte para las esposas infieles?
Naturalmente, Zapatero puede contestar que cuando dice profundizar, quiere decir no interferir, algo así como alcanzar una situación de mutua tolerancia. Si es así, entonces todo el concepto de una «alianza» se convierte en una farsa, porque el verbo profundizar significará realmente no profundizar.
Y el problema se complica cuando nos damos cuenta de que los países islámicos no tienen mucho más en común que unos cuantos principios religiosos básicos.Zapatero parece querer un acuerdo con la Liga Arabe y ha recibido todo el apoyo del secretario de la Liga. Pero la Liga no representa ningún consenso de civilizaciones, y es poco más que una entidad política artificial que dice hablar en nombre de los diferentes regímenes que la constituyen.
Es interesante que el único país musulmán que hasta ahora se declara partidario de la idea de Zapatero es Mongolia, que busca desesperadamente la atención de los países occidentales.
El segundo pequeño problema es que una alianza necesita financiación.Es posible que el anterior Gobierno le haya dejado a Zapatero las arcas del tesoro público repletas.
Pero si ha de encabezar una alianza necesita financiarla, no puede reclamar que George W. Bush lo haga por él. La dificultad de las alianzas es que debe haber alguien que dé y alguien que reciba; de otro modo, todo el ejercicio acabará como una metafísica sin sentido. La permanente sonrisa angelical de Zapatero no hará caer centavos metafísicos del cielo. Veamos cómo funcionan realmente las alianzas.
La Liga Arabe existe en gran medida porque los dólares americanos que reciben sus miembros le permiten sobrevivir. En 2003, del presupuesto de ayuda exterior estadounidense de alrededor de 14.000 millones de dólares, Egipto (el componente clave de la Liga) fue el segundo mayor beneficiario con 1.300 millones de dólares para ayuda militar y con 615 millones de dólares para programas sociales. Jordania, el otro gran beneficiario árabe, obtuvo 250 millones de apoyo económico y 198 dólares para la financiación militar.
Estas cifras no son metafísicas: dan fe de cómo funciona una alianza y explican claramente las decisiones que los gobiernos de estos dos países musulmanes adoptan en cuanto a política exterior. Egipto y Jordania permanecen como dos estados soberanos independientes, pero la ayuda extranjera que reciben es un determinante básico de su conducta en las relaciones internacionales.¿Qué propone Zapatero?
¿Darles más dinero del que Estados Unidos les da? ¿O no darles dinero en absoluto? Ninguna de esas alternativas es posible. En resumen, no puede haber alianza de civilizaciones porque sin los dólares de Estados Unidos no funcionará.
Y no pensemos que Estados Unidos es tan estúpido como nuestro Gobierno sugiere repetidamente. A cambio de su dinero, los estadounidenses han intentado durante décadas reformar la cultura de los estados árabes. Egipto, que tanto impresionó a Fraga Iribarne y es la inspiración de Zapatero, es un caso que se debería tener en cuenta.Desde el año 1975, Egipto ha recibido más de 50.000 millones de dólares de ayuda de Estados Unidos, que a cambio ha intentado suscitar reformas sociales. ¿Ha sido de algún provecho?
Un antiguo embajador estadounidense a Egipto, Edward Walter, ha confesado con franqueza que «la ayuda ofrece una salida fácil a Egipto para eludir la reforma. Utilizan el dinero para apoyar los programas anticuados y resistirse a las reformas». Sin embargo, los norteamericanos saben que sin la ayuda no podrían ejercer presión alguna sobre los egipcios.
Entonces, ¿cuál es la respuesta? ¿Traerán las expresiones de amor metafísico, en una alianza basada no en dólares sino en la admiración mutua, un cambio en la estructura social del mundo musulmán y eliminarán el terrorismo de raíz?
Eso me lleva a mi tercer y último punto. En cada declaración emitida por Al Qaeda y sus asociados, siempre se identifica como el gran enemigo el Estado de Israel y no Estados Unidos. Una gran parte de la opinión árabe ha insistido repetidamente que la existencia de Israel es la base del problema y ha sugerido que el terrorismo se desvanecería si Israel se desvaneciera.
Este es un argumento de peso en España, donde el antisemitismo siempre ha sido un componente fundamental tanto para los políticos de derecha como para los de izquierda.
El régimen de Franco contribuyó enormemente a la persistencia de las ideas antisemitas, sobre todo por negarse a reconocer al Estado de Israel. La supervivencia del antisemitismo en España se puede encontrar por ejemplo en los escritos de un antiguo ideólogo francés estalinista, que ahora es musulmán y que dirige en Córdoba un Centro para el Diálogo entre Civilizaciones.
Se llama Roger Garaudy y tiene 90 años. Niega que jamás haya existido un holocausto en el cual la Alemania nazi haya eliminado a millones de judíos, defiende destruir América, y cree en «la necesidad del diálogo entre civilizaciones, contra la ideología del Pentágono que favorece el choque de civilizaciones».
¿Es posible que Zapatero de algún modo haya tomado prestada de Garaudy la frase de «diálogo entre civilizaciones» y la haya convertido en una «alianza»? Esta no es una pregunta frívola. Es sorprendente que la propuesta «alianza de civilizaciones» se limite exclusivamente a una alianza entre las naciones hispánicas y los musulmanes.
¿No son los judíos parte de la cultura mediterránea? ¿No se hallan profundamente afectados por la evolución del mundo árabe? ¿No tiene Israel una amplia población musulmana? ¿Por qué entonces se excluye deliberadamente a Israel de las propuestas para un diálogo entre culturas?
En resumen, la propuesta de una alianza carece de todos los elementos principales de una iniciativa política realista. Aparte de Mongolia y La Moncloa, pocos van a tomarla en serio.
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